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La Crisis después de la Crisis



“Comodoro Rivadavia está en crisis”, escuchamos decir y acaso nosotros mismos repetimos. “La crisis nos afecta a todos”, “Llevará años superar la crisis”. Sin dudas, es cierto. Comodoro Rivadavia, tomada -idealmente- como un todo, está en crisis. Hubo una cantidad de precipitaciones que, sumadas a las características geológicas de la ciudad y a los problemas de planificación urbana, provocaron una catástrofe infraestructural y social. Todos tenemos familiares, amigos o conocidos que han sufrido daños de diferente magnitud. Y, por supuesto, nos duelen sus pérdidas, su sufrimiento, su frustración.


Como inmediata respuesta colectiva, la sociedad ha manifestado solidaridad. Primero, como una genuina preocupación por el otro, basada en la empatía, en la comprensión. Se comparte la carga provocada por el daño. Luego, la sociedad expresa preocupación por la demora en las soluciones, tanto las más urgentes como las que exigen más tiempo y planificación. En este plano, se mira a la gestión política, ya que es responsable de la administración de los recursos estatales y también porque tiene su cuota de responsabilidad en las falencias de la organización urbana de la ciudad.


La crisis que vendrá (o que ya estaba)


Después de esta crisis vendrá otra crisis. No es una predicción pesimista sino una verdad de perogrullo. Vista la realidad en términos globales, es así. La estabilidad es siempre una situación provisoria y lo constante, tanto para el individuo como para la sociedad y la naturaleza, es el cambio. Cuando ese cambio, esa transformación es percibida con ciertas características (magnitud, violencia, descontrol, rapidez, intensidad, etc.), hablamos de crisis. Está claro que lo que representa una crisis para algunos puede no serlo para otros. Es también una cuestión de perspectiva y de escala, como bien lo saben tanto los investigadores de ciencias sociales como los de ciencias naturales.


Y la crisis después de la crisis será una consecuencia directa de la crisis que había antes. Una crisis administrada, tolerada, aceptada, casi naturalizada. Para muchos, no tenía apariencia de una única crisis, sino de múltiples: crisis del petróleo, crisis eléctrica, crisis de agua, crisis de la salud pública, crisis habitacional, crisis educativa, crisis de seguridad, crisis inflacionaria, crisis ecológica, etc. También había una crisis política. No solo esa gran grieta que separaba (y separa) a quienes apoyaban al kirchnerismo y a quienes apoyan al macrismo, sino, en una instancia más micro, la sospecha generalizada de que las cosas no estaban siendo bien manejadas en la ciudad, de que el dinero que la municipalidad recibió como efecto del último boom petrolero no había sido bien utilizado para los fines previstos: el mejoramiento de la infraestructura urbana. Había una brecha entre la ciudadanía y la gestión política, basada en la desconfianza, la indiferencia o la frustración. Todos escuchamos decir, en los últimos años, “Comodoro está cada vez peor” y no se hace referencia únicamente a la proliferación de baches en la calzada o a los cortes de luz y agua.


Y esta crisis puntual y climática reunificó las partes de esa otra crisis, anterior y más profunda. Entonces, ahora muchos desconfiamos del desempeño de la gestión municipal en el futuro inmediato y en el mediato. Y se trata solo de las actuales vacilaciones en la asistencia a los vecinos damnificados del barrio Juan XXIII, Laprida o Km 8: se trata de todo lo anterior, lo que pasaba antes. De esa crisis antes de esta crisis.

Para decirlo con más claridad: la próxima crisis será política (en sentido amplio) y estará centrada en el manejo de los recursos destinados a la reconstrucción de la ciudad.


Crisis y crítica


En el idioma chino, la palabra “crisis” (weiji) se compone de dos ideogramas: el primero (wei) significa 'peligro'; el segundo (ji), tiene mayor variedad de significados, entre los que se encuentran algunos asociados a 'momento incipiente', a 'invención' y 'cambio súbito'. Estos dos significados también constituyen la misma palabra en japonés (kiki), ya que el vocablo chino es un préstamo de esta otra lengua. No es del todo cierto que, para ambas culturas, una situación crítica sea también una oportunidad. Una crisis es un acontecimiento peligroso que incluye un cambio, un punto de quiebre. Sin embargo, esta extendida interpretación de la crisis como oportunidad expresa un optimismo que nunca está de más en circunstancias como esta.

Si bien para los occidentales el término tiene una connotación más negativa, no siempre fue así. Deriva del verbo griego krinein, que significa 'separar' y 'decidir'. De ahí el sentido de la crítica como ejercicio de análisis y valoración de un fenómeno particular. La crisis es también un momento de crítica, de juicio y de decisión. Y eso es también lo que muchos ciudadanos estamos haciendo ahora o, al menos, pretendemos hacer, para que esto que nos pasó sea parte de un aprendizaje, para que no se repita, para que nos digan que estamos bien y que tenemos un gran futuro por delante si los hechos (o la interpretación de los hechos) lo desmientan.

Sería deseable que esta crítica sea colectiva, una oportunidad para el encuentro y la reflexión entre vecinos y vecinas, entre todas las personas que, desde diferentes ámbitos y de distintos modos, han participado y participan en acciones solidarias, entendiendo que la acción directa y comunitaria es valiosa. En este período se han estructurado y/o revitalizado numerosas redes de ayuda que han demostrado su eficacia, evitando la injerencia de punteros políticos y de otras mezquinas instancias de manipulación en la administración de los recursos.


La reconstrucción: ¿de qué manera?


Por supuesto, ya no se habla solo de “crisis”. También se habla de “reconstrución” e incluso de “refundación” (que es algo muy distinto). El gobierno municipal reclama al gobierno nacional los fondos necesarios para esta nueva etapa. Y el problema es que la gestión municipal (incluyo a esta y a las anteriores) es, en gran parte, responsable de lo que pasó, avalando la edificación de barrios en lugares que no eran aptos o en los que había que realizar obras de prevención, construyendo caminos que rápidamente fueron anegados cuando cayeron los primeros centímetros de agua, en la tarde del 29 de marzo. Y muchas de las imágenes que vimos ese día ya habían sido vistas antes, en repetidas ocasiones. Es decir, ahí no hubo sorpresa: hubo imprevisión.


En los errores infraestructurales también hay responsabilidad del gobierno provincial, que, además de construir muy pocas viviendas, lo suele hacer en zonas inadecuadas, en ocasiones sin servicios barriales básicos y con notables falencias edilicias (pese a que el valor del metro cuadrado del IPV es muy superior al que presupuestan la mayoría de las cooperativas de la zona).


No podemos evitar que, en algún futuro, llueva tanto o incluso más que en el último temporal. No tenemos ese control de la naturaleza. Pero sí podemos evitar que la gestión municipal (o provincial o nacional) esté en manos de personas que no demuestran eficiencia y transparencia en el uso de los recursos y en la planificación a mediano y largo plazo. Los malos funcionarios no son algo que llueva, no bajan del cielo. Pueden llegar a ocupar su cargo aprovechando las ventajas de campañas onerosas y listas sábanas, pero de ningún modo son un mal inevitable, ante el que solo quede resignarse.


Es cierto que un cambio electoral de fondo no parece posible por ahora, no solo porque las opciones entre oficialismo y oposición son desalentadoras sino también porque muchos ciudadanos y ciudadanas que podrían realizar aportes valiosos no se comprometen con la actividad político-partidaria. Entonces, para no ceder el manejo de la cosa pública a unos pocos, deberíamos exigir a la gestión política de turno una mayor transparencia en la administración de los recursos destinados a la reconstrucción de la ciudad, con participación ciudadana en la toma de decisiones y con comunicación abierta y fácilmente accesible de los gastos. Ese dinero -que es del pueblo- no puede ser dado como un cheque en blanco.

No está escrito que, después de esta crisis, venga otra crisis y nada más. También podemos hacer que, después del temporal, la participación crítica de la ciudadanía ocupe un lugar central en política institucional de la ciudad. Le haría bien a esta democracia enlodada.



Sebastián Sayago es Profesor del área de Lingüística, Departamento de Letras, Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales, Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco. Especialista en análisis del discurso. Profesor y Licenciado en Letras (Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco), Magister en Metodología de la Investigación Científica (Universidad Nacional de Entre Ríos), Doctor en Lingüística (Universidad de Buenos Aires), ha realizado estudios postdoctorales en el área de los estudios críticos del discurso de los medios de comunicación (Pontificia Universidad Católica de Valparaíso). Se desempeña como docente en carreras de posgrado y realiza actividades de investigación inscriptas en el campo del análisis del discurso. Ha publicado un libro titulado Introducción al Análisis y Producción del Discurso Científico (2011, UNPA) y su tesis doctoral, titulada Argumentatividad y narratividad en los textos noticiosos de la prensa escrita (2012, UBA). También ha publicado numerosos trabajos en libros, revistas especializadas y actas de congresos.



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